Corpus Christi 2023

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Bajo el lema «Como Jesús, ponemos el cuerpo», celebramos la fiesta de Corpus Christi. Desde distintos puntos de la diócesis, todas las comunidades parroquiales salieron en caravana hasta la Plaza de San Justo.

Allí, con la Catedral de fondo compartimos la Santa Misa y a su término, iniciamos la tradicional procesión por las calles de la ciudad. Se rezó por las familias de la diócesis, por los enfermos, por los que ya han partido a la Casa del Padre. el dolor de nuestro pueblo.

Le pedimos a Dios que sostenga nuestra esperanza y nos dé la fuerza para poner el cuerpo allí, donde nuestros hermanos más nos necesitan.

Luego de la bendición eucarística, llegó el momento del festival, animado por «Las Voces del Alma» y el cierre de «Demian y Agus».

A continuación, compartimos el mensaje de nuestro obispo, Mons. Eduardo García a toda la comunidad diocesana.

Estamos aquí, celebrando la eucaristía, haciendo memoria y dando gracias por la última cena que Jesús celebró con sus discípulos la víspera en la que pasó de este mundo al Padre. Sin embargo, ninguna explicación teológica, ninguna ordeación litúrgica, ninguna devoción, ni tradición nos debe alejar de la intención profunda de Jesús. ¿Cómo pensó aquella cena? ¿Qué es lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué debían seguir reviviendo una vez y otra vez aquella despedida inolvidable?

Su muerte era inminente; en aquella última cena quería contagiarles su esperanza inquebrantable en el Reino de Dios y el día en que beberían juntos un «vino nuevo» en banquete final junto al Padre.

Quiso también esa noche, alimentarles la fe para el duro golpe de su muerte y que no quedaran presos de la tristeza y el dolor que paraliza. La muerte no tendrá la última palabra, ni podrá matar todo el amor y la comunión que hay entre ellos. Celebrando aquella cena podrán alimentar la memoria del corazón, su presencia y su espíritu, su adhesión a Jesús, permanecer unidos.

Quiso que nunca ovidaran lo que había sido su vida, y que esa era la hora de la verdad. En medio de ellos reafirmó su decisión de ir hasta el final poniéndole el cuerpo con fidelidad al proyectod e DIos. Seguiría siempre del lado de los débiles, moriría enfrentándose a quienes deseaban una religión con un Dios olvidado del sufrimiento de la gente. Daría su vida sin pensar en sí mismo porque confiaba en el Padre y lo dejaba todo en sus manos.

Clarito y sin vueltas lo dijo mientras les partía el trozo de pan: «Esto es mi cuerpo: recuérdenme así: partiéndome y entregándome por ustede hasta el final para hacerles llegar la bendición de Dios». Celebrar la eucaristía es hacer memoria de este Jesús, grabando dentro de nosotros cómo fue su vida hasta el final.

Esto es mi cuerpo que se entrega, esta es mi sangre que se derrama no fueron una analogía. Se entregó y se deshizo en su pasar haciendo el bien como se deshace el grano de trigo para hacerse pan. Derramó su sangre dando vida buena misericordiosa antes de derramarla en la cruz y en el cáliz de cada misa.

Celebrar la eucaristía es darle nuestras gracias grandes a un Dios que «le puso Cuerpo a su Amor Compasivo», a Jesús «que le puso el Cuerpo» a la vida y nos mostró que ese amor tiene gestos y es real; al Espíritu que hace «que su cuerpo y sus sentimientos sean los nuestros». Celebramos porque queremos reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo sus pasos. Tomar en nuestras manos nuestra vida, como viene y como se puede, para intentar vivir hasta las últimas consecuencias.

El riesgo siempre es el mismo: des-encarnar al Dios que se hizo carne. Comulgar con Jesús es hacernos uno con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás, por nosotros.

Celebrar la eucaristía es, sobre todo, decir como él: «Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar sólo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme; contribuyendo desde mi lugar y mi pequeñez a hacer un mundo más humano».

El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin’preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irá haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Ya estamos viendo cómo personas de nuestro entorno se van empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro imprevisible acercándose a los que viven una, miseria heredada y decretada.

Ya estamos siendo testigos de que hay muchos enfermos que no saben cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por no tener con qué pagar su vivienda, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro, chicos tirados al voleo a merced de la limosna o el negocio de la calle. No lo podremos evitar. O nos endurecemos en miradas alienadas peleando por las formas sin llegar al fondo o nos hacemos más eucarísticos amando realmente, entregados, preocupados y ocupados por los que Jesús se partió y repartió.

Celebrar juntos la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis, significa ir al encuentro de lo que nos alimenta para poner el cuerpo como lo hizo Jesús. Necesitamos liberarnos de una cultura —y por qué no de una fe— individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses y nuestra propia salvación eterna, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad. El Gesto humano del Hijo de Dios reclama gestos humanos para seguir siendo su memoria Viva. De otro modo estaríámos robando su cuerpo, si después de comulgar no ponemos el cuerpo, sin asco y sin miedo para que la vida cambie, aunque sea despacio y’de a poco, pero que cambie…

Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta Cena del Señor.

Corpus es:
Poner el cuerpo, para celebrar la Vida entregada de Jesús.
Poner el cuerpo, para dejarnos llenar el corazón y la vida de un Dios que nos llena de respuestas.
Poner el cuerpo, sabiendo que hacemos caminos con Cristo.
Poner el cuerpo, andando, cuidando y sanando la vida como viene.
Poner el cuerpo para adorar, dejando que Él nos moldee el corazón con su Amor.
Poner el cuerpo para alimentarnos con su vida y unirnos en su pasión.
Poner el cuerpo, jugándonos la vida, cómo Él se la jugó.
Poner el cuerpo para hacernos uno en el anuncio fraterno del Evangelio.
Poner el cuerpo llenos de esperanza; para un día celebrar en su casa la Fiesta eterna del Cielo.


Mons. Eduardo García – Obispo de San Justo, Argentina.
Sábado 10 de Junio de 2023

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