Este domingo 4 de agosto, en la diócesis de San Justo se inauguró una nueva parroquia: Beato Enrique Angelelli y Mártires Riojanos. La misma es la primera en el mundo en llevar como patronos a los mártires recientemente beatificados y comprenderá los barrios 22 de Enero, Tierra y Libertad, Un Techo Para Todos y Gauchito Gil. Asimismo, la ceremonia fue presidida por nuestro obispo, Mons. Eduardo García, quien bendijo la nueva sede parroquial, las reliquias de los beatos, los murales representativos de la parroquia, el templo y ofreció la toma de posesión de modo solidario a los párrocos P. Daniel Echeverría y el P. Anaclet Mbuguje, ambos Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Cabe destacar que como acción preparatoria, durante el fin de semana, se llevó a cabo la misión diocesana de jóvenes. Allí, los misioneros tomaron la iniciativa de recorrer las calles de los barrios, visitando casa por casa compartiendo la alegría de la misión y la realidad del lugar. Además se realizaron diversas actividades religiosas, recreativas y deportivas, teniendo oportunidad, también, de recibir decenas de nuevos bautismos de niños, jóvenes y adultos.
En el día de la inauguración, las comunidades se congregaron en dos puntos representativos para peregrinar hacia la nueva sede parroquial. Por un lado, los jóvenes misioneros emprendieron camino junto a los vecinos desde un extremo del barrio Un Techo Para Todos. Por otro, junto al obispo, se partió en caravana desde la Parroquia San Antonio con las comunidades del decanato Santo Cura Brochero, encabezados por la imagen de Mons. Enrique Angelelli, obsequiada por el Papa Francisco.
Durante la celebración eucarística, se contó con la presencia de miembros del clero diocesano, religiosos y religiosas, comunidad de laicos, autoridades vecinales, como así también de familiares de los beatos patronos y de Albino Suárez, representante del obispo de La Rioja, Mons. Dante Braida. Posteriormente, durante el festival popular, se realizaron muestras de baile de danzas paraguayas, folklore y la presentación en vivo de Daniel Argañaraz y Las Voces del Alma. Por último, la jornada concluyó con la colocación de la imagen del Beato Enrique Angelelli en la entrada de la sede parroquial.
A continuación, compartimos el texto de la homilía:
Hace muchos años estas palabras se escucharon en una meditación: Mis queridos hermanos y amogos, vamos a seguir rezando como lo venimos haciendo desde que desaparecieron nuestros hermanos sacerdotes, pastores de Jesucristo en este noble y sufrido pueblo de Chamical, elegido, probado y señalado como fiel testigo, testimonio de la muerte de estos dos hermanos. Y así, con estas palabras, comenzaba la última homilía de Monseñor Enrique Angelelli, despidiendo con dolor, con lágrimas en los ojos, a sus compañeros de camino en la apasionada lucha por hacer de La Rioja un lugar donde la presencia de Dios se haga presente y recomponga las estructuras injustas que llevaban al pecado social. Habían sido asesinados, sin más, en La Rioja, el domingo 18 de julio, el misionero francés, el Padre Gabriel Longueville y el franciscano conventual, Carlos de Dios Murias. Trabajaban juntos en una parroquia del Chamical. Una semana después, una semana más tarde, delante de sus tres hijas menores, encontraba la muerte el laico Wenceslao Pedernera, comprometido en la catequesis, comprometido en el Movimiento Rural Diocesano.
Vidas entrelazadas por un mismo Evangelio que les había atravesado el corazón y los había invitado a un compromiso de fidelidad grande con su pueblo. Pero todo no terminó ahí. El broche de oro será cuando el 4 de agosto, cuando el propio obispo, Mons. Enrique Angelelli, regresando de Chamical en auto muere en un accidente provocado.
La justicia argentina, tan largamente esperada muchas veces, estableció recién en 2014 que la muerte de Angelelli no se debió a un fatal accidente como muchos dijeron, sino que fue llevada a cabo como una acción premeditada en el marco del terrorismo de Estado. Aunque muchos hoy todavía ciegos, quieren seguir diciendo, ensuciando su memoria, que esta decisión, tanto de la justicia como la de la Iglesia que hoy los reconoce como Beatos, es simplemente una carta blanca que se le quiere dar al tercermundismo en la Argentina.
Largos años de mentira, de ocultamiento. Largos años de encerrar una historia en una cápsula y encerrar nuestras cabezas, también, dentro de un termo. Eran tiempos difíciles. Y ayer, con vergüenza no nombrábamos a estos cuatro mártires. Con vergüenza y con miedo. Esa vergüenza que nos hacía ocultar tantas veces la verdad que sentíamos en el corazón y que, por miedo, no la decíamos. Pero esa vergüenza hoy se transforma en alegría. No nos alegramos por su martirio. No festejamos ni celebramos su muerte. Nos alegramos y gozamos por su fidelidad, por su amor, por su entrega y por un Evangelio que los llevó a dar la vida. Y eso es lo que celebramos; y eso es lo que vale la pena; y eso es lo que los hace nuestros mártires y beatos, no otra cosa. Nunca queremos la muerte. Jamás, bajo ningún aspecto. Ni siquiera en nombre del Evangelio. Pero sí, queremos el amor y queremos la vida. Nos alegramos, gozamos y nos corre por nuestras venas la sangre y nos hierve cuando descubrimos que hay hombres en nuestra historia reciente, y no simplemente en libros viejos, que se animaron a ponerse de cara al Evangelio, a mirarlo y a seguir para adelante, cueste lo que cueste.
Qué lindo que es para nosotros poder celebrar estas vidas. Se pusieron realmente al hombro la vida de nuestros hermanos. Se pusieron en el corazón el dolor de su pueblo y miraron para adelante. Y “Si a vos te llevan, yo voy con vos”, le dijo uno al otro. Amor al pueblo, amor al hermano. No dejarlo solo frente a la muerte. Amor del pastor que no tuvo miedo en decirles a aquellos que los habían matado “son ustedes”, sin medir las consecuencias. Eso nos pone de frente a una verdad que necesitamos como hombres y como cristianos para poder seguir, realmente, caminando en verdad, en justicia y en libertad. Y el Evangelio hoy a nosotros, a través de estos testigos, nos habla muy claro: vivir el Evangelio es mirar para adelante; es no mirar atajos que nos distraen. No todos tenemos la vocación al martirio. Pero sí, aquellos que aceptamos el don de la fe, el don del seguimiento, el don de la vocación, tenemos la obligación y la responsabilidad de transparentar un Evangelio con claridad, con verdad y con autenticidad, sin mezclarlo ni licuarlo ni aguarlo. Porque cuando lo licuamos no somos nosotros los que quedamos mal parados, sino que es Jesucristo aquél a quien dejamos mal.
Hoy se nos exige mayor verdad, mayor radicalidad en serio. No un “más o menos” de vida cristiana, no un “mas o menos” de entrega. Porque la fe y el Evangelio y la causa del Reino no son un deporte más, no son un hobbie ni son una piedad, sino que es un modo de vivir, en el cual se compromete lo que somos, lo que tenemos lo que vivimos y se compromete la vida de nuestros hermanos. Y a eso le responderemos a Dios.
Pidámosles a estos beatos que hoy iluminan, también, la vida de nuestra diócesis, mostrándonos desde este carisma y desde esta vocación aquello que podemos, también, nosotros llegar a vivir: coherencia, fidelidad, radicalidad, entrega, compromiso, generosidad sin miedo. Sin miedo porque si creemos verdaderamente, si nuestra fe es auténtica, sabemos que el que sostiene nuestra vida, nuestra esperanza y nuestra felicidad, la Evangélica, es Dios y no otra cosa. Pidámosles a ellos que nos enseñen a vivir de esa manera, a dar la vida sin miedo a lo que nos toque, pero a darla, a no guardarla; a poner, como diría el gaucho, “toda la carne al asador”, porque aquella que queda fuera de la parrilla se pudre y huele mal; a poner “toda la carne al asador” para que, realmente, nuestra vida de cristianos sea alimento de nuestro pueblo. Desde una fe y una esperanza muy grande caminemos juntos, construyendo el Reino de Verdad, de Justicia y de Amor que el Señor nos confió, nos dejó y que espera que hagamos.
Que así sea.
+ Mons. Eduardo García
Obispo de San Justo