El MIÉRCOLES DE CENIZAS, en un gesto sencillo, simple y profundo, le plantea al hombre, de la condición social que sea, el sentido y el destino de la vida, dados por Dios, Nuestro Padre. El hombre, con actitud humilde y de profunda sinceridad para consigo mismo, siente que su frente es marcada con ceniza y que se le dice: “acuérdate, oh hombre, de que eres polvo y en polvo te convertirás”, “cree y conviértete al Evangelio”. No es un gesto de desesperación sino cargado de esperanza frente a la vida. Le quiere hacer recordar quién es él, y cómo debe administrar la propia vida. Lo invita a la reflexión para que no se autoengañe si padece la tentación vanidosa y orgullosa de creer que es dueño de la vida y que sobre su vida no existe ningún plan trazado por Dios.
Le recuerda esta pregunta fundamental: ¿acaba la vida en el reducido espacio de un sepulcro, o constituye, él, la puerta definitiva a la VIDA que no tiene término… feliz o desgraciada para siempre? Esta amorosa invitación misericordiosa de nuestro Padre Dios, nos obliga a detenernos y hacer un alto, para reflexionar seriamente y tratar de darnos la respuesta, porque en ella se juega el destino de la vida y la suerte de muchos hombres que tengan relación directa con nosotros. Nos obliga a romper el aturdimiento que, a veces, llevamos en la vida, para buscar en el silencio fecundo, un diálogo, entablado entre nuestra conciencia y Dios. Nos obliga a escuchar la Palabra Viva de Cristo para revisar nuestra conducta concreta como hombres que tenemos la Fe Cristiana. Porque no enfrentar estos interrogantes, en la vida, planteados el Miércoles de Ceniza, significaría que huimos de nosotros mismos y que corremos el riesgo de frustrar la vida, aquí, en la tierra, y en la eternidad.
Este Miércoles de Ceniza, da comienzo a un tiempo litúrgico que le llamamos: CUARESMA. Cada cuaresma es un grito de esperanza y una invitación apremiante, para que reencaucemos la vida como la quiere Dios. Es llamado también, “tiempo fuerte” de oración y penitencia. Es un tiempo para buscar momentos de silencio interior, ustedes, los del campo, lo entienden mejor a esto del silencio interior para tratar de iluminar la vida, así como la llevamos, con la luz que nos da Cristo en su Evangelio. Porque la cuaresma fructifica si la iluminamos con la Cruz de Cristo y con la Vida Nueva de su Resurrección.
Cuaresma es un tiempo para hacernos recordar que somos “peregrinos” en la vida; que somos administradores de la misma, y, no dueños. Cuaresma es un llamado para cambiar la vida, tanto individual como social, en todo aquello que impide nuestra reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. Porque no todo aquel que dice: “Señor… Señor… entrará en el Reino de los cielos, sino aquel que cumple la Voluntad de mi Padre…”, dice Jesús. Y cumplir la Voluntad del Padre, es amar a Dios con toda la mente y el corazón – es decir – con toda la vida, y a nuestros hermanos como a nosotros mismos.
Necesitamos esta Cuaresma, como riojanos y como argentinos, porque necesitamos revisar la escala de valores que mueven y orientan la vida privada y pública en que nos movemos. La necesitamos todos; sin excepción alguna. Porque no podemos ni debemos confesar públicamente que somos cristianos, si, luego, en la vida privada y pública obramos como si no lo fuéramos. Ser cristiano implica un regalo de Dios, una tarea para la vida, un compromiso serio asumido y una misión a cumplir con todos los demás hombres, hermanos nuestros, hermanos y no, un privilegio en provecho propio. Ser cristiano exige de cada uno de nosotros, ser testigos de que en nosotros se ha operado la redención salvadora de Cristo haciéndonos un “hombre nuevo”. Para que seamos “luz”, “sal”, “testigo”, “hermano”, “amigo”, “comprometido” con todo hombre de corazón recto. Un verdadero cristiano nunca “usa” su “fe” para lograr ventajas personales, aún lícitas, en desmedro de sus hermanos. Revisar nuestras actitudes diarias, nuestros sentimientos íntimos, nuestras responsabilidades y compromisos asumidos, nuestra conducta privada y pública, es tarea en un tiempo de cuaresma, aunque no sólo en ella.
Necesitamos esta cuaresma para revisar nuestras actitudes y nuestra conducta como hijos de la Iglesia; porque se nos dijo el Miércoles de Cenizas: “conviértete y cree en el Evangelio”. Todo esto supone dejarnos penetrar por Cristo que se nos manifiesta y expresa de muchas maneras, con humildad y sinceridad de corazón, para que en nosotros se opere esa cambio de vida, necesario, para sentir que en nuestra conciencia hay paz; hay reconciliación con Dios y con nuestros hermanos; que en nosotros existe esa alegría interior del deber cumplido. Necesitamos vivir esta cuaresma plenamente, porque lo inmediato nos empequeñece, nos encierra dentro de nosotros mismos; nos impide ver lo que sucede a nuestro alrededor; nos impide ver con lucidez cristiana y visión de futuro los acontecimientos que vertiginosamente se suceden en todo orden. Lo que intentemos construir, hagámoslo como siempre con la verdad, nunca con la mentira. Mientras Dios nos siga regalando la vida, construyamos una Rioja de la que mañana se sientan orgullosos nuestros hijos. No lo olvidemos nunca: todo lo que edifiquemos con fundamentos falsos, caerá, como caen los edificios sin cimientos. Esta Cuaresma es un grito de alerta para que no nos permitamos nunca jugar la vida por lo que no tiene futuro.
Esta cuaresma nos debe ayudar a eliminar tantos prejuicios que tanto daño causan; muchos de ellos, son fruto de la ignorancia; otros de la pasión descontrolada y de la ambición; de la frustración personal o del orgullo y de intereses ilícitos. No matemos el Don de la FRATERNIDAD, con la desconfianza y con la delación. Obrar, así, no nos hacemos merecedores de las bendiciones de Dios. Esta cuaresma nos reclama creatividad; alentemos todo lo bueno y positivo que tenemos cada hombre, que es inmensamente mayor que nuestras debilidades y pecados personales. Pero, también, es verdad, que debemos no restarle importancia a todo proceder pecaminoso y torcido, porque las consecuencias las sufre toda la comunidad; las sufre todo un pueblo.
Aportemos, como riojanos, a nuestros hermanos argentinos, el signo de una comunidad que trabaja laboriosamente, confraternizada, para buscar las soluciones a los problemas que a diario nos acosan. No separemos la Fe de la vida. Actualicemos el “Encuentro” vivido el primero de enero, para que el abrazo que nos dimos como pueblo no lo rompamos con nuestras ambiciones personales egoístas.
Esta Cuaresma nos hace reflexionar, también, acerca de los graves sucesos que estamos viviendo los argentinos; porque nos sentimos parte de la comunidad nacional compartiendo sufrimientos y esperanzas; porque vivir auténticamente la Fe Cristiana nos exige un mayor compromiso de servicio al “Bien Común”. Miramos el futuro con esperanza, aunque ella esté cobrando cuotas de dolor. Estos “graves sucesos”, con consecuencias imprevisibles si subvertimos la “escala de valores”, nos exige, más que nunca, lucidez para discernir cristianamente los acontecimientos; sensatez y honestidad en el obrar; compromiso noble, generoso y desinteresado en la gran tarea de reconstruir, en paz, la Argentina que todos soñamos ver concretada.
Por eso ponemos a la diócesis en actitud de oración, pidiendo por La Rioja y por la Patria. Esta oración se la pedimos, especialmente a ustedes, niños, enfermos y ancianos. Se la pedimos a cada comunidad parroquial y a cada hogar porque estamos seguros que de este clamor suplicante de pueblo de Dios, como riojanos y como argentinos, brillará la luz y brotará el “encuentro de hermanos”, necesario para la verdadera paz.
Que María Santísima y San Nicolás intercedan por nosotros.
Monseñor Enrique Angelelli,
Diócesis de La Rioja,
2 de marzo de 1974.